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Párkinson en personas mayores

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La Enfermedad de Parkinson es una enfermedad neurodegenerativa, ya que pertenece a un grupo de trastornos que tienen su origen en la degeneración y muerte gradual de las neuronas. Esta condición crónica y lentamente progresiva afecta principalmente a las neuronas encargadas de producir dopamina, un neurotransmisor esencial para la coordinación del movimiento y el equilibrio.

Aunque las causas exactas aún se desconocen, se considera la segunda enfermedad neurodegenerativa más prevalente después del Alzheimer. En esta guía completa, abordaremos los síntomas clave del párkinson en personas mayores, los tratamientos disponibles y resolveremos dudas sobre su evolución en las etapas más avanzadas.

En esta guía encontrarás:

1. ¿Por qué aparece el párkinson? Causas y factores de riesgo
2. Las primeras señales del párkinson que van más allá del temblor
3. ¿Es realmente párkinson? El desafío de un diagnóstico certero
4. Guía de tratamientos y terapias para vivir mejor con párkinson
5. Afrontando la etapa final del párkinson: una guía para familiares

 

¿Por qué aparece el párkinson? Causas y factores de riesgo

Aunque la causa exacta sigue siendo un misterio en la mayoría de los casos (idiopática), la investigación apunta a una combinación de factores. El principal factor de riesgo conocido es la edad; la enfermedad debuta con mayor frecuencia a partir de los 60 años, lo que explica su alta prevalencia en personas mayores. 

Otros factores incluyen una pequeña predisposición genética (solo un 5-10% de los casos son hereditarios) y la posible exposición a factores ambientales, aunque esta relación sigue en estudio. Es importante entender que no es una consecuencia inevitable del envejecimiento.

Las primeras señales del párkinson van más allá del temblor

El inicio de la enfermedad y sus primeros síntomas suelen ser un mosaico de señales sutiles, a menudo en un solo lado del cuerpo, que sobrepasan el conocido temblor. Es crucial entender que existen tantos tipos de párkinson como personas que lo padecen, pero ciertos patrones pueden ponernos en alerta, especialmente en el adulto mayor.

El movimiento afectado, del temblor a la inestabilidad

Los síntomas motores más comunes incluyen:

Temblor en reposo: es el síntoma más icónico, pero no siempre el primero ni el más incapacitante. Generalmente desaparece con el movimiento voluntario.

Lentitud y bloqueo (bradicinesia): el cerebro tarda más en enviar la orden de moverse, haciendo que acciones como levantarse de una silla o empezar a caminar sean un gran esfuerzo.

Rigidez muscular: los músculos se sienten tensos y agarrotados, incluso sin haber hecho ejercicio, lo que puede causar dolor.

Pérdida de equilibrio: la marcha se vuelve insegura, con pasos cortos y arrastrados, y un braceo reducido, aumentando drásticamente el riesgo de caídas.

La huella invisible del párkinson más allá del movimiento

La verdadera complejidad de la enfermedad reside en los síntomas no motores, que a menudo impactan más en la vida diaria. Entre ellos destacan:

Pérdida de expresividad facial («cara de máscara»). Una de las señales más tempranas y a menudo ignoradas.

Cambios en la voz. Se vuelve más baja, suave y monótona (hipofonía).

Trastornos del sueño. El insomnio o actuar los sueños de forma vívida pueden aparecer años antes de los problemas motores.

Impacto emocional. La depresión o la ansiedad son manifestaciones neurológicas de la enfermedad, no solo una reacción a ella.

Otros síntomas frecuentes: estreñimiento, exceso de saliva o la pérdida de olfato.

¿Es realmente párkinson? El desafío de un diagnóstico certero

No existe una simple analítica o escáner que confirme la enfermedad al 100%. El diagnóstico es un proceso clínico complejo, un «puzzle» que el neurólogo construye basándose en la historia del paciente y una minuciosa exploración neurológica. 

En personas mayores, el reto es aún mayor, ya que los síntomas iniciales pueden solaparse con los del envejecimiento normal. Pruebas como el DaTSCAN pueden ayudar a confirmar la sospecha, pero la experiencia clínica sigue siendo la clave.

Guía de tratamientos y terapias para vivir mejor con párkinson

Aunque no hay cura, sí existe un arsenal terapéutico enfocado en un objetivo claro que es controlar los síntomas, frenar su impacto y mantener la máxima calidad de vida durante el desarrollo de la enfermedad.

La misión de los fármacos para restaurar la dopamina

Este es el pilar del tratamiento para el párkinson. La levodopa, el fármaco más potente, se transforma en dopamina en el cerebro para reponer la sustancia perdida. Otros medicamentos ayudan a imitar la dopamina o a evitar que se degrade. El tratamiento es un traje a medida que se va ajustando a lo largo de los años.

La opción quirúrgica de la estimulación cerebral profunda

Para un pequeño porcentaje de pacientes, generalmente menores de 70 años, cuyos síntomas motores ya no se controlan bien con la medicación, esta técnica puede ser una opción. Un dispositivo similar a un marcapasos envía impulsos eléctricos al cerebro para regular las señales que causan los temblores o la rigidez.

La rehabilitación como clave para preservar la autonomía

Las terapias son tan importantes como los fármacos para luchar contra el avance de la enfermedad. La fisioterapia es esencial para trabajar la marcha, el equilibrio y la postura. El trabajo de logopedia es fundamental para combatir los problemas del habla y la deglución, mientras que la terapia ocupacional proporciona herramientas para adaptar las tareas diarias.

Afrontando la etapa final del párkinson: una guía para familiares

Esta es, quizás, la duda más profunda y difícil. Es vital comprender que la muerte no es «por párkinson», sino a consecuencia de las complicaciones que surgen en la fase más avanzada de la enfermedad, cuando la dependencia es severa.

El objetivo en esta etapa se transforma en ofrecer unos cuidados paliativos excelentes, centrados en la dignidad y el confort. Las complicaciones más comunes que pueden llevar al final de la vida incluyen:

Complicaciones sistémicas críticas: principalmente la disfagia (dificultad severa para tragar). Esta complicación provoca un alto riesgo de desnutrición, deshidratación y neumonía por aspiración (una de las principales causas de muerte en la enfermedad, al pasar alimento o saliva a los pulmones).

Complicaciones por inmovilidad severa: la progresión de los síntomas motores lleva a una dependencia total (paciente encamado o en silla de ruedas). Esto genera complicaciones secundarias de alto riesgo, como úlceras por presión (escaras) debido al apoyo constante, o trombosis venosa.

Dolor crónico y espasmos musculares: el confort del paciente se ve mermado por el dolor intenso y persistente derivado de la rigidez extrema (dolor musculoesquelético), así como por calambres potentes y sostenidos (distonía dolorosa).

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